sábado, 27 de marzo de 2010

7 MARZO (DÍA DE HISPANOAMÉRICA)

Con la celebración del Día de Hispanoamérica, en este domingo 7 de Febrero, nuestro recuerdo, nuestro afecto, nuestra oración y nuestra solidaridad con los hermanos hispanoamericanos adquieren, en este año, una dimensión especial por tres motivos.

El primero es por el sufrimiento de nuestros hermanos de Hispanoamérica, acrecentado de modo dramático en Haití y en Chile por sendos terremotos devastadores. Unos 250.000 muertos en Haití y unos mil en Chile, además de miles de heridos, huérfanos y privados de lo más mínimo, sin vivienda y con sus ciudades devastadas.

Estas catástrofes, cuyos efectos tardarán mucho tiempo en superarse, constituyen un aldabonazo a nuestras conciencias y una invitación a abrir nuestro corazón a la solidaridad. Si siempre hemos de mantener lazos fraternos con nuestros hermanos latinoamericanos, los terribles acontecimientos de Haití y de Chile nos hacen despertar y volcarnos en una ayuda más generosa.

Una segunda razón para concentrar nuestra atención en estos días en los hermanos de la América hispana o de la América latina es la celebración del Día de Hispanoamérica. Esta jornada es, por una parte, recuerdo de nuestra común historia, de nuestra común lengua y cultura, de nuestra común pertenencia a la familia cristiana y, al mismo tiempo, ocasión para la actualización de nuestra fraternidad, que ha de traducirse en generosa ayuda.

Haití sigue necesitando nuestra ayuda, nuestra oración, nuestro afecto, nuestra prestación personal, si nos sentimos llamados. Ahora también Chile. Ahora y siempre, muchos otros pueblos y regiones de Hispanoamérica.

El tercer motivo de nuestro recuerdo y de nuestro especial afecto y ayuda a Hispanoamérica, en estos días, nos viene del compromiso misionero diocesanos que tenemos, a través de nuestros sacerdotes, personas consagradas y seglares, presentes y actuando en Hispanoamérica. Son catorce los sacerdotes diocesanos, más religiosos y religiosas, más algunos seglares, misioneros y misioneras en América: En Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú, Venezuela…

Reclaman con todo derecho nuestra oración, nuestro afecto, nuestra ayuda generosa. Ellos constituyen la avanzadilla de la Iglesia, que, fiel a su Señor, se lanza al mundo entero a proclamar el Evangelio, dar de comer a los pobres, curar a los enfermos, enseñar y educar, en definitiva, infundir esperanza y crear comunión de hermanos.

No podemos dejarlos solos. En su mano tendida hacia nosotros nos sale al paso el Señor solicitando nuestra ayuda, nuestra oración, nuestro afecto, nuestra persona. Que en nuestra colaboración generosa, material y espiritual, nuestros misioneros y misioneras, sus comunidades y los hermanos, que sufren en Haití, en Chile o en cualquier otro lugar, sientan, desde la lejanía geográfica, el hálito del mismo Espíritu y el calor de unos corazones que laten al unísono y al impulso del amor cristiano.

Pidamos, sobre todo, al Señor, que suscite abundantes y generosas vocaciones misioneras entre nosotros y nativas allí, que alimenten la fe que, hace cinco siglos, llevaron nuestros intrépidos misioneros y hoy, con sus agentes de pastoral, cultivan nuestros sacerdotes y misioneros. Para que también ellos tengan vida.